La verdad (Parte II)
Parte I: La verdad (Parte I)
1 de julio de 2036. Madrid, España.
“Tras el relato de Agustín, yo estaba tranquilo: tenía ante mí una persona que había disfrutado de una larga vida acompañado del amor de su vida. Yo, que siempre he echado en falta la estabilidad y la tranquilidad de una relación, sentía deseos de encontrar a alguien que consiguiera hacerme sentir tan lleno como él. La unión entre Agustín y su esposa fue tan intensa que no tenía sentido continuar con solo una mitad, y encontró su alivio en el programa Alumbrados.
Tras esta primera historia, cualquiera de nosotros podríamos empezar a mirar con mejores ojos el programa. Yo esperaba que la siguiente entrevista me sirviera para poder completar este artículo con una opinión optimista. Entonces, la realidad se abalanzó sobre mí. La siguiente persona no era mayor o estaba enferma, era Judith. Judith tiene treinta y seis años, y su sueño es el que usted y muchos comparten: ser madre y formar una familia. Tuvo la fortuna de encontrar a Carlos, que demostraba un amor sincero y fiel por ella. Sin embargo, se sentó delante de mí, y no encontré un sueño sino una pesadilla: algo espantoso. El azar, la vida, o si usted aún cree en ello, Dios, le robaron los anhelos de la forma más cruel posible. Tras un trágico aborto, su cuerpo y su corazón se partieron, dejándola en una desolación a la que difícilmente alguien podría encontrar solución.
Y en este punto está el problema: no queremos arreglar lo roto. Judith, que necesitaría por parte de los demás cariño, comprensión y paciencia, se ha encontrado con un engranaje que le ha pedido que se quite de en medio de la forma más provechosa. Al Estado no le gusta decir que hay suicidios; resulta violento, da pie a buscar explicaciones y todos lo categorizamos como trágico. Ante ese temor, el Estado ha optado por reconducir su final al que más le beneficiaba: la eutanasia dentro del programa Alumbrados.
La sociedad no quiso tener hijos, y es un deseo justo, pero no hemos podido mostrar las consecuencias que tendrían esas acciones. Y ahora, nos vemos condenados a usar el ingenio para poder solventarlo de la forma más rápida posible. Y las prisas generan siempre incentivos perversos.
El programa Alumbrados puede tener un fin bueno, crear vida, pero lo hace a un precio demasiado alto cómo para ser sostenible. Lo aceptamos porque es cómodo y sabemos que la hemos cagado, yo incluido. Lo más fácil sería hacer como hasta ahora y seguir refugiándome en mi propia realidad, pero ya no puedo hacerlo más. Debo pensar en el otro, en el que no puede defenderse de la voracidad del mundo que hemos creado. Debo intentarlo al menos.
Judith no merece terminar su vida así. Los seres humanos merecemos que alguien luche por nosotros. No puedo quedarme callado pensando que quizás este artículo logre ella cambie de opinión; no puedo mirar hacia otro lado ahora que sé que el Estado ya solamente busca deshacerse de las personas como Judith.
No puedo no intentar contar la verdad.”
Saúl respiró un segundo y dejó de teclear. Habían pasado ya dos semanas desde que había visitado el centro de Alumbrados. Tras las entrevistas, Andrés recibió inmediatamente una llamada de Margarita, la doctora, contándole lo ocurrido. Inmediatamente, Andrés le dijo a Saúl que se fuera un par de semanas a casa. Saúl había dedicado ese tiempo a escribir un largo artículo en el que relataba todo lo que había visto en aquel lugar.
No había encontrado forma de contactar con Judith, puesto que no se le facilitó el apellido ni ninguna otra indicación que le permitiera acceder a ella. Un día se quedó vigilando la puerta del centro Amapola por si la veía, pero Javier, el guardia, le reconoció y amenazó con llamar a la policía si volvía.
Después, probó suerte en la clínica de Roberto, pero tampoco pudo verla. Esperaba que su encuentro la hubiese hecho recapacitar, y pensar que ya podía haberse sometido a la eutanasia le desanimaba a escribir el artículo. Consideraba que ese artículo podría ser la primera cosa con valor que hiciera en su vida.
Saúl releyó todo lo que había escrito, y se sintió satisfecho. Además de un largo texto, Saúl pretendía acompañar la noticia con los videos que había realizado ese día, incluida la discusión final que ni Margarita ni Roberto fueron conscientes de que estaba ocurriendo.
No era idiota, y sabía que difícilmente conseguiría que Andrés le dejará publicar aquello y había pensado en subirlo a un blog personal. Moviéndolo adecuadamente en las redes sociales, confiaba en generar la suficiente difusión como para causar un impacto, y que la gente dijera basta.
Con ese último párrafo, se dio por satisfecho y rellenó su vapper con un poco de hierba. El humo formaba una pequeña atmosfera en el techo de la casa que Saúl observa tumbado en el sofá. Mañana regresaba a la redacción, y estaba un poco nervioso por lo que podía encontrarse. No había hablado con Andrés durante todos esos días. Sin embargo, a los pocos minutos la hierba había hecho su efecto, y Saúl cerró los ojos.
Tras sonar la alarma, se dio una ducha fría, se puso algo cómodo y montó en su bici. Llegó a la redacción, sorprendiéndose a sí mismo por haber sido de los primeros en llegar. Esa mañana no escribió mucho y se dedicó a mirar en el ordenador videos de internet. Fue a la cocina a servirse un café, y cuándo estaba saboreándolo vio a Andrés entrar por la puerta. Saúl le miró, sin saber muy bien como iniciar la conversación. Andrés le sonrió y dijo:
-Que chico, ¿alguna historia que contar de estos días?
-No-respondió Saúl dando otro sorbo a la taza.
-¿No has aprovechado estos días para buscar una nueva cita? Has tenido mucho tiempo libre.
-No, no he estado en el mood.
-Bueno, es normal. Todos necesitamos disfrutar de un tiempo de descanso sexual.
Andrés se acercó más a él y le dio una palmada en la espalda.
-Me alegro de volver a verte por aquí, te he echado de menos-dijo Andrés-. Esperaba que me escribieras: siempre he pensado que podemos hablar sin que te cortes en decirme lo que piensas.
-Sí Andrés-contestó Saúl terminándose el café-. Quería escribirte, pero pensé que lo mejor era no molestarte después de que me mandaras a casa. No quería cabrearte más.
-No te lo tomes a pecho, Saúl. Estas cosas pasan-dijo Andrés cruzando los brazos-. A las doce me gustaría que te pasaras a la sala de reuniones; hay alguien que desea verte.
Saúl intentó disimular los nervios y contestó:
-¿Quién?
-No te preocupes, no es nada malo-respondió Andrés-. Tú estate ahí puntual, ¿vale?
-Vale.
-Genial-dijo Andrés volviéndose a la puerta-. Ponte otro café si quieres, que no sé si te he dejado disfrutarlo. Luego te veo.
Saúl vio como Andrés salía por la puerta, y se sintió tentado de bajar a fumar, pero decidió que lo mejor era llegar lo más sereno posible a la reunión. Le extrañó la amabilidad de Andrés, después del enfado tremendo que mostró cuando le mandó a casa. Se sirvió otro café, y a la hora indicada entró en la sala de reuniones. Comprobó que era el primero en llegar, y cogió un vaso de agua. A los pocos minutos se arrepintió porque con todo lo que había bebido tenía ganas de mear. En el momento en el que iba a levantarse para ir al baño, la puerta se abrió. Saúl vio como Andrés entró en la sala acompañado de otro hombre más mayor, vestido con una elegante chaqueta y un canoso pelo perfectamente ordenado. Saúl sabía quién era y los nervios no hicieron más que aumentar.
-Saúl, no sé si habías tenido ocasión de conocer a uno de los dueños del periódico, Tomás Martínez.
-Sí, claro-dijo Saúl titubeando un poco-. Es un placer.
Tomás era la persona que realmente administraba el periódico. En aquellos momentos, la prensa dependía ya más de las ayudas públicas que de los propios lectores del medio y Tomás era famoso por convertirlo en una baza a jugar con el poder político. Aún con ello, era una persona respetada por todo el espectro político y empresarial del país.
Tomás se acercó con una sonrisa y estrechó su mano.
-Andrés me ha hablado maravillas de ti: trabajador, divertido, y mi parte favorita, una persona inquieta.
-¿Inquieta?-contestó Saúl sin poder despegar su mano de la de Tomás.
-Un chico con olfato-respondió Tomás-. No sé si sabes que yo fui el que hizo un hueco a Andrés en las tertulias antes de montar esto. El cabrón siempre andaba buscando algo nuevo que sacar en los platós, y a veces me sacaba de quicio. Pero esa intuición es una de las cosas que ha hecho que este lugar sea el que es. Siéntate por favor.
Saúl tomó asiento, y vio como Andrés y Tomás se posicionaron delante de él. Entrelazó los dedos de sus manos después de estar unos segundos viendo dónde colocarlas. A esas alturas pensaba que esa charla terminaría en su despido, y su cabeza empezaba ya a plantearse mil escenarios de qué haría después.
-Andrés me ha dicho que llevas ya un tiempo aquí, y principalmente has estado haciendo artículos reciclados para ganar lectores. Imagino que pensarás que vales más que esto.
-Es cómo todo el mundo empieza, y no me quejo -contestó Saúl sin mucho convencimiento.
-No hace falta que me mientas Saúl-rio Tomás-. Me imagino que al salir de la facultad un chico tan interesante como tú esperaba otra cosa. Pero me gusta tu predisposición a hacer lo que haga falta para progresar. Hay gente de mi quinta que no entiende que las personas se esfuerzan siempre a cambio de algo, y a vuestra generación se le ofrecen ya pocas cosas.
-Saúl es un buen chico-añadió Andrés-, quizás algo caótico en su organización, pero nada que el tiempo y una buena tutela no puedan solucionar.
-Yo tengo sesenta años, y lo sigo siendo-dijo Tomás-. Andrés me ha hablado sobre algunas de las ideas de las que te apetecía escribir.
Saúl se acurrucó en la silla. No entendía nada de aquella conversación y no era capaz de centrarse.
-¿A qué se refiere?-se le ocurrió al fin preguntar.
-Andrés me comentó tu tesis sobre algunas prácticas del Estado respecto al consumo de los jóvenes. Me pareció muy interesante.
-¿De verdad?-contestó Saúl con una sonrisa nerviosa.
-Sí-dijo Tomás poniéndose de pie-. Cómo decía, los jóvenes de hoy no tienen muchas oportunidades, pero tampoco son muy avispados: tragan y consumen como ganado, y el Estado es bastante complaciente con ello. No todos se dan cuenta de la trampa, pero tú has podido formarte una idea propia. Y eso me gusta.
-Por ponerte un poco en contexto, Saúl-dijo Andrés-. Le plantee la semana pasada a Tomás tu idea de investigar posibles victimas de la actual situación de los jóvenes con la marihuana y el juego.
-Y concuerdo con tu tesis -dijo Tomás mientras se servía un vaso de agua-. Aunque hayan conseguido vender la idea de que la droga del Estado es menos adictiva o dañina, la facilidad con la que la consiguen muchos jóvenes precarios es preocupante. Hablando con algunos colegas del sector sanitario, comienzan a admitirte que quizás sea algo que se haya descontrolado. La droga te hace más dócil y menos consciente de lo que ocurre a tu alrededor, algo que todo Gobierno desea durante un tiempo, pero que acaba perjudicando otras áreas.
-Sí, esa es mi impresión-contestó Saúl mientras intentaba concentrarse en no separar los dedos de sus manos.
-Y no solo la tuya, Saúl-dijo Tomás apoyándose en la pared-. Hable el otro día con algunos miembros de la oposición, y saben que es un tema que tarde o temprano alguien explotará.
Tomás dio un último sorbo y encestó el vaso en la papelera. Un silencio adueñço la sala hasta que volvió a tomar asiento.
-Muchacho, creo que has tenido la visión que muchos de tu profesión se pasan la vida esperando que les llegue. Creo que tienes una buena historia, y le he dado permiso a Andrés para que financie los meses que necesitas para preparar un material digno de ocupar varias portadas.
-¿Lo dice de verdad?-preguntó Saúl con un pequeño aleteo en su estómago.
-Exacto Saúl, vas a poder contar tu historia-contestó Andrés sonriéndole.
-Ve a barrios de clase baja, allí tendrás las historias que más puedan hacerse revolverse al lector. Te recomiendo que entres en los locales e intentes entablar relación con clientes que observes que acuden recurrentemente-sugirió Tomás-. Después, pondremos en marcha la maquinaria, y hablaremos del tema durante meses. Yo creo que podemos llegar a las próximas generales con ese tema convertido en uno de los ejes centrales.
-No sé si causara tanto impacto-dijo Saúl-. Que sea una buena idea no implica que vaya a tener una buena ejecución.
-¡No seas pesimista!-respondió Tomás con fuerza-. Me he tirado mi vida viendo a gente que se echa a perder por no tener confianza en sí mismo. Personas con ideas que no se dieron cuenta que lo que diferencia el éxito del fracaso es saber dar un paso al frente. Tienes talento, no dejes que tu miedo lo frene.
-Gracias señor-respondió Saúl.
-Creo que puede ser el comienzo de una prometedora carrera-dijo Andrés-. Siempre le he dicho al chico que el papel del periodista es introducir debates en el espacio público, y él tiene una perspectiva de las cosas muy interesante para ello.
-Desde luego Andrés-dijo Tomás-. Pero dejemos que el muchacho nos diga antes qué piensa.
Saúl se llevó esta vez la mano a los bolsillos del pantalón.
-No sé qué decir-dijo Saúl lentamente-. Ósea sí, que muchas gracias. Realmente nunca esperé que pudiera sacar mi idea adelante.
-Una persona puede vivir una vida plena sin conseguir elaborar una sola idea interesante. Gente que es feliz haciendo siempre lo mismo, pero nunca serán más que un conocido para sus cercanos. Una ventana de oportunidad se ha abierto temprano para ti. Y eso puede ocurrir por el empuje de uno, o por la aparición de una serie de circunstancias.
Saúl borró de golpe la pequeña emoción que le había invadido. Andrés y Tomás le miraban fijamente, y empezó a brotar en su cabeza una idea de lo que ahí estaba ocurriendo.
-Bueno, pienso que antes debería terminar el artículo que tenía pendiente -dijo Saúl.
Tomás echó una mirada a Andrés que este no devolvió.
-Ah sí, tranquilo-contestó Tomás-. Hemos hablado con el Ministerio y retrasaremos el artículo unos cuántos meses. Hemos convencido a Margarita y Roberto para que no presenten cargos, puesto que se sintieron intimidados ante tu actitud agresiva.
-No creo que me pusiera agresivo-contestó Saúl.
-Recibiste un puñetazo intentando intimidar a una de las entrevistadas. Algo debiste hacer.
-No fue así como ocurrió, y aun así. Creo que hay una historia mucho más interesante que contar ahí que la que le propuse a Andrés.
Tomás volvió a interpelar con la mirada a Andrés y dijo:
-Le has enseñado a encontrar noticias interesantes, pero no le advertiste sobre las peligrosas.
-¿Peligrosas?-preguntó Saúl.
-Sí, Saúl-contestó Andrés-. Una cosa es decirle a la gente que el sistema que hemos montado tiene fallos, y otra decirle que es horrible.
-Entonces, ¿usted también piensa que el relato de Judith refleja que algo va mal con el programa de los Alumbrados? - dijo Saúl.
-Lo que estaba mal era lo que había antes Saúl-respondió Tomás-. Occidente se dedicó durante décadas a friccionar y embrutecer a la sociedad sin abordar la tormenta que se cernía sobre ella. No creo que ninguna sociedad esté preparada para decirle que va a pasar un invierno demográfico. Pero a diferencia de otras épocas, ahora contábamos con una serie de avances que nos permitieron pensar una solución. No la veremos en el corto plazo, pero sí en unos quince o veinte años.
-¿Y eso justifica que el sistema utilice a los desgraciados para alimentar el motor del programa?-dijo Saúl.
-Las sociedades siempre han encontrado su manera de eliminar o despreocuparse por los desgraciados. No entiendo tu moralina a la hora de darles una salida digna y con propósito. Judith lo más probable es que hubiese acabado con un tarro de pastillas en el estómago tarde o temprano-contestó Tomás.
-¿Cómo puede hablar así?-dijo Saúl subiendo el volumen.
-No te juzgo Saúl. Roberto se emborrachó de orgullo queriendo mostrar un éxito en un caso desagradable. La soberbia lo vuelve a uno incauto-dijo Tomás haciendo un gesto con la mano de desprecio-. Simplemente te recomiendo que observes la situación con perspectiva. El país necesita el programa, y un artículo como el que estás escribiendo podría empezar un mar de dudas. La sociedad loestá empezando a aceptar, y no puede permitirse construir otra verdad.
Saúl miró instintivamente a Andrés.
-¿Por qué habla de mi artículo como si lo conociera?-preguntó.
-Guardas todo en la nube-contestó Andrés-. He estado toda la semana leyendo lo que escribías, y cada día lo hacía con más preocupación. Es muy bueno si te soy sincero.
-Sí Saúl, es muy bueno-dijo Tomás-. No pienses que la oferta inicial era un chantaje; de verdad quiero que te vaya bien.
-Siento decir que sí que veo esto como un chantaje- dijo Saúl reclinándose en la silla.
Tomás se puso de pie mientras fijaba su mirada en Saúl y este notó como los ojos de aquel hombre lo atravesaban.
-No Saúl-dijo Tomás-. Un chantaje sería decirte que evidentemente ese artículo nunca se publicará en este medio. Un chantaje, sería decirte que estarías en la puta calle al momento de intentarlo.
Tomás se puso en pie y empezó a acercarse a Saúl.
-Un chantaje-continuó Tomás-, sería decirte que, si intentaras después publicar algo, aunque fuese en un blog de mierda, el comité de verificación nacional te metería una demanda por tu sensacionalismo. Un chantaje, sería decirte que se daría la orden de que en cada programa matutino se te mencionará para hablar de un periodista agresivo que intenta lucrarse con el sufrimiento de una persona. Un chantaje, sería advertirte de que habría psicólogos hablando sobre la muerte de tus padres y tu habitual consumo de marihuana como motores de tu frustración vital. Acabarían sentenciando que escribiste ese artículo por rabia contra un sistema que piensas que ha sido injusto contigo.
Saúl volvió a mirar a Andrés.
-¿Eras tan ingenuo de pensar que no vendría a esta reunión sabiéndolo todo de ti?-dijo Tomás con ironía-. Andrés me conoce a mí antes de que tan siquiera fueras un espermatozoide en los cojones de tu padre. No pienses que vuestra amistad está por encima de su lealtad a mí.
Andrés agachó la mirada y Saúl se dio cuenta a Tomás que ya estaba a escasos centímetros de él.
-En definitiva, un chantaje sería decirte que, si intentas alguna estupidez, se joderá tu trabajo, tu reputación, y eso hará que cualquier posibilidad de llevar una vida normal desaparezca. Serás alguien que lo ha perdido todo a cambio de nada. Y no es que ahora mismo tengas mucho.
Tomás se quedó mirando desde arriba a Saúl que se agarraba al asiento como si estuviera viviendo un accidente de tráfico.
-Pero no quiero hacer eso-dijo Tomás pasando su mano por el hombro de Saúl-. Has tenido la mala suerte de que unos médicos torpes te plantearan una situación límite, no te juzgo. Tomate esto como un consejo, no como una amenaza. Con cariño te lo digo.
Saúl sentía que un coche lo había atropellado y había dado marcha atrás para rematarlo.
-Pero hay que contar lo que ocurrió-dijo Saúl en voz baja.
-Oh, y lo harás- contestó Tomás-. Simplemente cambiaras el punto de vista. En vez de hablar de alguien a quien el sistema abandona, hablarás de una mujer a la que, comprendiendo y no juzgando su dolor, se le ha podido dar una respuesta a su angustia. La publicación será en otoño.
-Eso no está bien-dijo Saúl.
-Saúl, es lo que ella ya había decidido hacer-dijo Tomás.
-Mientras aún haya posibilidades de hacerla pensar, merecerá la pena-respondió Saúl.
Tomás miró de nuevo a Andrés y este se frotó la cara con sus manos.
-Saúl-dijo Andrés-, Judith murió la semana pasada.
Saúl sintió como todo volvía a darle un vuelco.
-No queríamos decírtelo-continuó Andrés-, pero ya estaba planificado antes de tu entrevista. Lo siento si sentías cariño por ella, de verdad.
Saúl estaba invadido por una sensación de frustración y rabia, que no sabía bien como exteriorizar.
-Muchacho estamos intentando ponerte las cosas fáciles-dijo Tomás-. Creo que te estamos proponiendo lo mejor para todos en este punto.
Saúl no quería contestar, se limitaba a mirar la mesa de madera y apretar los puños.
-No tienes por qué decirnos algo hoy-dijo Andrés-. Vete a casa y descansa.
-Sí Saúl, tampoco te sientas presionado a decidir ahora-añadió Tomás-. Dale una vuelta y decide, pero créeme que toda esta reunión ha sido para hacerte un favor. Puedes estar agradecido a Andrés por haber dado la cara por ti. Si me disculpáis, tengo algunos otros asuntos que tratar. Un placer, Saúl. Nos vemos pronto.
Tomás y Andrés salieron de la sala, y Saúl se quedó solo. Tras diez minutos inmovilizado en la silla, el cuerpo volvió a responderle, y se dirigió a su sitio a coger su mochila. Al salir de la redacción no sabía muy bien por qué, pero sabía a dónde quería ir.
Dejó su bicicleta en el garaje corporativo, y cogió el metro. Los pensamientos iban y venían en su cabeza, y cuándo estaba a punto de asumir que debía hacer caso a Tomás y Andrés, algo le devolvía a idea de publicar el artículo. Tras unas cuántas paradas, bajo del vagón y llegó a su destino.
A pesar de que los árboles que se extendían a lo largo del cementerio estaban llenos de hojas, el Sol conseguía hacerse paso golpeando en su cara, dejándole en un estado de letargo. Ese cementerio era uno de los últimos en los que aún había cuerpos de los fallecidos. El Gobierno solamente permitía ya la incineración de los cuerpos con su posterior depósito en minúsculos huecos o su donación para ser utilizado en el programa Alumbrados ante el drástico auge del número de fallecidos y la falta de espacio. Eso fue mucho después de la muerte de los padres de Saúl, y al final del camino pudo observar las dos lapidas.
Se quedó mirando las dos piedras que recogían los nombres de sus padres. No iba mucho, más allá de llevar flores en el aniversario de su muerte. Cuando iba, siempre observaba las interacciones de otras personas con el lugar dónde reposaban sus seres queridos. Había entendido que la gente intenta volver a encontrar una conexión con las personas que perdieron, y el hecho de simplemente de ir a cambiar sus flores era una forma de poder seguir cuidándolas ahora que ya no estaban. Envidiaba esa forma de interactuar con sus seres queridos: sentía que al haber ocurrido el accidente de sus padres siendo tan joven, se le había negado el alivio que da a otros velar a tus muertos. Observaba como lanzaban palabras al aire, hablando sobre las novedades en su vida o de los buenos momentos que compartieron. Saúl no era creyente, pero siempre pensó que solamente un narcisista puede negar la espiritualidad y el deseo de creer del hombre.
-Sé que no vengo mucho, y no es que espere una respuesta, pero quiero creer que esto me va a servir para algo-empezó a decir Saúl-. Os perdí demasiado pronto, y mientras crecía siempre tuve la sensación de que no tenía referentes en nada. Tenéis un lugar privilegiado en los mejores momentos de mi niñez, pero también en el peor. Tras vuestra muerte, he intentado pensar en lo que me habríais dicho que era lo bueno y que era lo malo, camuflando lo que en verdad eran intuiciones mías. La realidad es que no sé nada de vosotros más allá de que fuisteis unos padres maravillosos para ese niño pequeño, pero no habéis podido serlo para el adulto que soy hoy. Siento que no tengo ni un solo referente moral al que agarrarme ahora mismo. Quizás me diríais que soy un loco por querer arriesgarlo todo por algo condenado a fracasar; o me diríais que no hay que dar nunca nada por perdido; pero no lo sé y siento que la respuesta que me dé a mí mismo será lo que crea que me habríais dicho.
Saúl se secó con la muñeca unas pocas lagrimas que se le habían caído.
-Echo en falta hablaros de un trabajo que no me llena; sufro por no haber compartido con vosotros alguna de mis lagrimas; me mata no sentir nada cada vez que hago el amor con una chica y no poder preguntaros como supisteis que os queríais. Tengo un listado de preguntas eternas que sé que nadie va a contestar. Y me siento una mierda cada vez que la rabia me invade por no poder teneros aquí para hablar. Estoy hablando a dos piedras bajo las que reposan mis padres y eso es lo máximo a lo que puedo aspirar. Estoy vacío; papa; mama.
Saúl definitivamente rompió en lágrimas. Lamentaba todo en su vida, y se sentía desgraciado. Escribir ese artículo sobre Judith pensaba que era la primera cosa buena que iba a hacer en su vida, y había acabado devolviéndole un retrato horrible de su existencia.
-Lo siento-murmuró-. Siento que el destino nos ha robado una vida feliz a los tres.
Saúl se puso en pie y empezó a andar sin rumbo entre las lapidas. Iba sin mirar al suelo, y sin pensar en nada. Sentía que haber ido ahí había sido el culmen a la frustración que se había formado.
Cuando estaba pasando entre dos lapidas, resbalo con unas flores y cayó en mitad de varios caminos. No intentó levantarse, no quería. Cerró los ojos y quiso que ese momento de trance fuera eterno.
-¿Estás bien?
Saúl abrió los ojos para comprobar que una mujer le observaba. Tendría unos cincuenta años y se había agachado a ofrecerle su mano. Aunque no lo deseaba, la agarró y se puso en pie.
-Te he visto tropezarte, ¿seguro que estás bien? -dijo la mujer limpiando unas pocas hojas del brazo de Saúl.
-Un pequeño raspón en el brazo, pero todo bien-contestó Saúl simulando una sonrisa.
-¿Venías de ver a alguien?
-Sí, a mis padres.
-Oh, lo lamento mucho. Yo también vengo a ver a mi padre que es su cumpleaños. Está al lado de donde te has resbalado-dijo la mujer levantando el dedo.
Saúl vio al lugar dónde señalaba la mujer: una preciosa piedra blanca recogía el nombre de Marcos García, seguido de un “Tu familia siempre estará contigo”.
-Murió hace cinco años, en la pandemia de gripe brasileña-dijo la mujer-. A pesar de su pobre estado en sus últimos días, no perdía ocasión de decir lo afortunado que había sido y lo que nos quería. Fue una persona extraordinaria que disfrutó de una buena vida.
-Algo envidiable-dijo Saúl-. Lo que cualquiera desearía.
-La gente lo adoraba. Se me hace duro que ya no esté.
-Puedo entenderlo-dijo Saúl.
-Sabes, no siempre lo pasó bien, pero conseguía sacar las cosas adelante. Mi madre se estresaba con más facilidad, pero él siempre la calmaba. Ella lo amaba con devoción. Su muerte la destrozo y no tardó mucho en fallecer.
-Tu padre parecía ser una persona fuerte. Ojalá yo tuviera esa cualidad.
-Él decía que no era una cuestión de fortaleza, sino de saber que era por lo que merecía la pena sufrir. Siempre decía: “Hija, el mundo es un lugar complicado, así que procura hacer tus días sencillos”.
Saúl se quedó callado. La mujer le miró esperando una respuesta que no aparecía. Pasados unos segundos, agitó la cabeza y dijo:
-Disculpa, es una tontería. No sé ni por qué te estoy haciendo perder el tiempo.
-No se preocupe. Su padre tiene razón en que el mundo es un lugar complicado.
Saúl se giró y se despidió agitando la mano mientras se alejaba. Tenía su respuesta.
Parte III: La verdad (Parte III)