Son las 3 de la tarde en la España de 2036.
Carlos cumple hoy 80 años. Se mira frente al espejo y se ve radiante. Se ha puesto ropa nueva, y el reloj que ha adquirido recientemente. Llevaba tiempo preparándose para ese día, y no ha reparado en gastos para lograr que su casa, y él, estén perfectos.
Su hijo le dijo que llegaría en unos quince minutos, así que Carlos se estaba asegurando de que todo estuviera cómo lo habría dejado su mujer, Margarita. La echaba de menos; era la persona que había puesto sentimiento a su vida, y que calmaba sus agitados nervios. Quizás por ello nunca ha encontrado la manera de rellenar su ausencia. Los dos años sin ella se habían hecho muy duros.
Su relación con su hijo Alberto era buena, pero no fluida. Carlos disfrutó del éxito cómo arquitecto en los noventa y, especialmente, en los primeros años de la burbuja inmobiliaria. Después, vivió de las rentas de esa época y de trabajos puntuales. Su hijo había heredado su pasión, pero el descalabro de la construcción en la crisis de 2007, y la posterior evolución económica, le hizo finalmente emigrar a Qatar. Esta situación había sido alguna vez motivo de discusión, porque Alberto echaba la culpa del devenir del país a los excesos de la generación de su padre. A eso, Carlos contestaba que uno juega con las cartas que le ponen en la mano.
Toc, toc.
-Ahí están -afirmó Carlos en alto.
Abrió la puerta, y efectivamente eran su hijo y su nieto Esteban. Su nieto fue corriendo a abrazar a su abuelo, que lo acogió entre sus brazos. Alberto con una sonrisa dijo:
- ¿Vamos a tener que seguir haciendo esto cuándo vengamos?
-Lo hace más auténtico -contestó Carlos.
Entonces padre e hijo se fundieron en un abrazo, y Alberto susurró:
-Feliz cumpleaños padre.
El anciano acompañó al nieto al jardín directamente. Al llegar al mismo, el pequeño gritó:
- ¡Papá, hay una portería!
Salió corriendo a por el balón que había entre la hierba. El hijo se acercó yAlberto, algo más serio, dijo:
- ¿Hacía falta?
El anciano suspiró y dijo:
-Es mi cumpleaños, déjame disfrutarlo.
Alberto se dio la vuelta y volvió a la casa. Carlos observó a su nieto pegar pelotazos al balón y divertirse. “Joder, que mayor está” pensaba mientras le observaba jugar. Le animaba diciéndole que le recordaba a Griezmann conduciendo el balón. Este no sabía de quién le hablaba. Tras unos minutos, entró dentro de la casa con su hijo, que se encontraba observando el salón.
-Veo que lo has puesto todo como nuestra casa.
-Lo hace más acogedor -dijo Carlos.
-Si tú lo dices -suspiró el hijo.
Carlos no quería debatir mucho, así que cambió de tema:
- ¿Cómo va el trabajo con los qataríes?
-Bien, parece que cumpliremos con los plazos del proyecto. Mientras sigan soltando la pasta, y nosotros haciendo lo que debemos, no creo que lo vaya a pasar muy mal.
-Hace unos años se afirmaba que los combustibles fósiles se acabarían o dejarían de necesitarse, y esta gente ya no podría soplarle la pasta al mundo. Veinte años después, han invertido bien ese dinero, y los combustibles fósiles siguen utilizándose. Una visión igualita a la que hubo aquí.
-En España el dinero ha tenido que ir a otros lados, papá. Con doce millones de personas dependientes, poco dinero para invertir queda. Un país de ancianos no busca innovar -replicó Alberto.
-A mí no me lo digas, yo te tuve a ti.
Hacía ya tres años que Alberto se había ido a Qatar con su familia. Muchos jóvenes como él habían tenido que emigrar ante la falta de oportunidades en España, que, como otros países de Occidente, estaba sumida en un estancamiento económico derivado del envejecimiento poblacional y las erráticas políticas de años anteriores
Carlos le echaba mucho de menos, pero estaba contento de poder hablar con su hijo en su cumpleaños. Carlos y su mujer fueron un par de veces a visitarles, pero la rápida enfermedad que se la llevó interrumpió esos viajes. Estuvieron hablando un rato sobre su trabajo, cómo se había adaptado Esteban a su nueva vida y qué tal estaba Carla, su mujer.
-Pensaba que vendría. Tranquilo no pasa nada -dijo Carlos.
-Lo siento papá. Insistí, pero tenía un congreso importante-confesó Alberto.
-Alberto, cumplo 80 años. Por mucho que me duele que ella no esté hoy, no hay nada cómo poder seguir hablando con mi chico-dijo Carlos-. Solamente falta tu madre.
-Yo también la echo de menos-dijo Alberto mientras cogía del hombro a su padre.
Estuvieron charlando y riendo un buen rato. Carlos estaba disfrutando su cumpleaños. Con la edad, había lamentado mucho no haber podido dedicar más tiempo a su hijo por su trabajo. Era por ello, que deseaba que su hijo no hubiera heredado su implicación laboral.
De repente, la conversación se vio interrumpida por los ladridos de un pequeño perro que se acercó a Alberto. Carlos sonreía al imaginar la reacción de su hijo. Se equivocaba.
- ¿Papá, cuánto dinero te has gastado?
-Hijo…
-Papá, dímelo.
-Déjame tranquilo.
Carlos se puso en pie y se apoyó sobre la mesa, mientras sus dedos golpeaban rítmicamente la madera.
-No sabes lo duro que es estar solo-admitió Carlos con tristeza.
-Papá, he intentado que hablemos lo máximo posible.
-Pensaba que recuperar el aspecto de nuestro hogar ayudaría.
-No quiero que te gastes el dinero en estas mierdas -dijo Alberto enfadado.
-Para.
-No, ya lo discutimos. Esto nos iba a servir como punto de encuentro, nada más. No intentes verle un punto emocional.
- ¡Qué te calles! -gritó Carlos.
Un breve silencio se hizo entre ambos. Carlos respiró profundamente y dijo:
-Lo siento, a veces se hace duro que no estés aquí.
-Papá, simplemente preferiría que te gastaras el dinero en tu salud.
-Mírame, estoy genial.
-No, aquí crees que estás bien. Pero fuera no.
-Pues si no estoy bien, ¿por qué coño no vienes a verme más?
-Papá, ya.
-No hijo, no puedes pretender que en uno de nuestros únicos encuentros no me esfuerce porque sea cómo en los viejos tiempos.
-Esteban te va a oír. No grites, papá.
-No uses al chico de excusa, él es el único que de verdad ha demostrado que deseaba verme.
-No intentes compensar con mi hijo el poco caso que me hiciste a mí -replicó Alberto- Te pasaste toda tu puta vida en el estudio mientras a mí no me hacías caso.
-Quizás sienta que él me aprecia de verdad, mientras tú me echas en cara tu suerte laboral cada jodido segundo que hablamos -gritó Carlos.
-Eso ha sido cruel -dijo Alberto que se levantó del sófa.
-Alberto, no -dijo Carlos mientras se dirigía rápidamente a por su hijo.
-Esto no funciona, papá. Hablamos otro día, ¿vale?
-No me hagas esto.
-Nunca supiste controlar tus impulsos. Puede ser que me lo transmitieras.
Carlos se quedó paralizado mientras veía a su hijo coger de la mano a su nieto.
-Esteban, despídete del abuelo.
El nieto le dio un abrazo enorme a su abuelo y dijo:
-Qué pasada el jardín. Esto no lo hay en Qatar.
-Ya lo sé, Esteban. Lo preparé especialmente para ti -dijo Carlos mientras acariciaba la cabeza de su nieto.
El enfado de Alberto se disipó ligeramente, y dijo:
-Oye papá, deberías hablar con el doctor. No sé si esto te está haciendo bien.
- ¿Crees que este abrazo no me hace bien? -preguntó Carlos mientras unas pequeñas lágrimas caían de su rostro.
-Te quiero padre, pero te estás obsesionando. Hablamos pronto.
Alberto cogió a su hijo del brazo y desapareció por la puerta. Carlos se quedó unos segundos en el sofá mientras sujetaba una foto de cuando viajaron Alberto, su mujer y él a Menorca. Era tan joven, y ella tan guapa. Acariciaba el rostro de su hijo mientras pensaba en todo el caso que quizás entonces debió hacerle. Tras unos minutos, dijo:
-Finalizar experiencia.
Se levantó en su silla de ruedas tras desconectarse de Infinity, el metaverso más famoso del mundo. Conectaba a millones de personas de todas partes del globo, y sus usuarios podían disfrutar de la experiencia de un mundo digital. Había tenido mucho éxito por la posibilidad de conocer gente de cualquier parte del mundo, creando tu propio avatar digital. A raíz de su popularidad, había empezado a utilizarse en las residencias de ancianos cómo forma de interactuar con sus seres queridos, puesto que no todos podían visitar frecuentemente a sus padres.
Carlos lo usaba para su entretenimiento personal, y como punto de encuentro con Alberto desde que emigró a Qatar. En el mundo real, había perdido buena parte de su movilidad por un problema en los huesos, y apenas era capaz de realizar actividades de ocio. Carlos utilizaba la mayor parte de su pensión en intentar hacer de su casa virtual lo más parecido a su antiguo hogar.
Llevaba ya un año en la residencia Nebo, una de las mejores del país. Se fue a vivir en la residencia cuándo su movilidad se vio mermada por un problema en los huesos, y empezó a requerir de ayuda para valerse. Carlos había sido afortunado porque en la residencia Nebo recibía cuidados y atenciones de todo tipo. Aunque los doctores le aconsejaban a Carlos comenzar con los tratamientos de recuperación de movilidad, hasta ahora los había rechazado. Buena parte de las discusiones con su hijo provenían de esta negativa de su padre, mientras gastaba la pensión en sus experiencias en Infinity. Carlos siempre pensó que moverse sin destino era absurdo.
Para financiar la estancia y los servicios básicos, utilizó una forma de pago muy popular que consistía en ofrecer la vivienda habitual a la empresa gestora de la residencia, para su explotación. A la muerte del paciente, los herederos podrían recuperar el piso pagando una cifra, o renunciar al mismo pasando a ser propiedad de la gestora. Era una fórmula que había tenido mucho éxito porque el concepto de inversión más extendido en la generación de Carlos fue la vivienda. Las siguientes tuvieron que pensar en otras cosas.
Tras lavarle, y realizar algunos ejercicios, los enfermeros empujaron a Carlos hasta el despacho del Doctor Gutiérrez, encargado de monitorizar los resultados de Infinity en los miembros de la residencia. Al verle entrar por la puerta, el Doctor soltó el periódico y dijo:
-Me han comentado los chicos que hoy es tu cumpleaños. Quizás podrías celebrarlo mejor si te sometieras al tratamiento de regeneración ósea.
-Es mi cumpleaños, y ya he discutido suficiente por hoy. Por favor doctor, dejemos esa conversación para otro día-dijo Carlos.
-¿No ha ido bien el encuentro con Alberto? -preguntó el doctor.
-Es complicado-murmuró Carlos.
-He observado en los monitores el mimo que le has puesto a la casa. Creo que estás poniendo demasiado empeño en recuperar lo que tenías, y no en disfrutar de lo nuevo.
-Recordar mi casa, y diseñarla, me están ayudando a conservar la memoria-contestó Carlos.
-No hay Alzheimer desde hace seis años -dijo el doctor-. Aunque tener el privilegio de recordar no es excusa para que la nostalgia te hunda. Creo que es conveniente que empieces a interactuar con otros residentes, o con algunos de los NPCs que Infinity es capaz de generar.
-Doctor, no me siento tan sólo cómo para necesitar hablar con un algoritmo.
-Yo solamente se lo sugiero. El ánimo de otros pacientes ha mejorado tras una experiencia más inmersiva. Tú tienes la suerte de tener un hijo con el que conectarte, pero no es el caso de todo el mundo.
-Joder doctor, que es mi cumpleaños-dijo enfadado Carlos-. Deje de venderme el catálogo de Infinity para aumentar su comisión.
-No creo que haga falta-dijo el doctor-Es usted uno de los pacientes más rentables, puesto que no utiliza apenas los servicios del centro. Solamente se conecta a Infinity, gasta su dinero en tokens para desbloquear cosas, se desconecta, come y duerme.
El doctor hizo un gesto, y sacó su ordenador. Cuando lo desbloqueó, dijo:
-Hablando sobre ello, tengo que hacerle una encuesta sobre el programa. Es lo último con lo que le voy a molestar.
-Adelante, así podré irme a comer.
-Bueno Carlos, lleva ya un año en el programa Infinity, del 1 al 10, siendo 1 muy insatisfecho y 10 muy satisfecho, ¿cómo puntuaría la experiencia?
-7.
-De los residentes con los que ha interactuado en Infinity, ¿ha conseguido entablar relación con alguno?
-Sí, con Antonio García. Solemos quedar en mi casa a hablar, o a ver alguna película. De hecho, he quedado hoy a cenar con él en el comedor.
-Ah sí, Antonio. A él también le he hecho la encuesta antes-dijo el doctor con una sonrisa que no le hizo mucha gracia a Carlos-. Defina con una palabra la experiencia inmersiva de Infinity.
-Elaborada.
- ¿En qué sentido?
-Se siente real. El grado de detalle al que se ha llegado es extraordinario. Cómo arquitecto, me ha permitido diseñar hasta el más mínimo resquicio del que era mi hogar.
- ¿Se ha planteado utilizar las simulaciones de realidad en base eventos o personas en su vida?
-No-dijo Carlos.
- ¿Ni a su esposa? -preguntó el doctor.
- ¡Por Dios no!-gritó Carlos-Me niego en rotundo. No podría hacer una simulación de ella allí.
-Okey, no se enfade. Sé que se lo he preguntado antes, pero es parte de la encuesta. Aun así, si algún día le da una vuelta, venga a verme y lo configuraremos.
-Lo tendré en cuenta-contestó Carlos.
-Su avatar muestra un aspecto más rejuvenecido que usted, ¿qué le llevó a decidir ese aspecto?
-Si quieres me creo un avatar en silla de ruedas, con arrugas, y que no se le levanta.
-Ya que saca el tema, ¿ha utilizado la experiencia sexual de Infinity?
- ¿Eso viene en la encuesta?
-Sí.
-No, no la he probado-dijo Carlos con algo de vergüenza al estar la enfermera con ellos.
-No se avergüence, puede intentarlo alguna vez. Le resultaría curioso el número de personas que lo han utilizado en el centro. Por último, ¿desea ampliar alguna de las características actuales del programa?
-No-dijo Carlos.
- ¿Seguro? -preguntó el doctor-. Bueno, le dejo que lo piense. No le molesto más, vaya a disfrutar de su cena, y lo que le resta de cumpleaños. Adiós Carlos.
-Adiós doctor-dijo Carlos mientras la enfermera lo llevaba fuera.
A la hora de la cena, Antonio estaba esperándole en el comedor. Antonio ingresó en la residencia hace años a causa de un ictus, que le había dejado muy dañadas muchas partes del cerebro. Gracias a los avances médicos había recuperado algo de movilidad y el habla, pero eso no le había librado de una vida dependiente, por lo que seguía en el centro. Al saber que otros residentes del centro utilizaban Infinity, decidió hacer una visita a Carlos, y desde entonces habían estrechado lazos.
Al ver Antonio a Carlos entrar en el comedor exclamó:
-Felicidades amigo.
-Muchas gracias, Antonio-dijo Carlos mientras agarraba su brazo.
Cenaron y charlaron un buen rato, omitiendo Carlos el episodio con su hijo por no estropear la velada. Antonio había sido una de las pocas personas a la que consideraba en aquellos momentos un amigo. Antonio no tenía familia, y vivía en la residencia desde que tuvo el ictus. Había hecho mucho dinero en la banca, y no tenía a quién dejárselo, así que se dedicaba a gastarlo en Infinity. Él sí había probado alguna experiencia en Infinity con NPCs, cómo un hijo inexistente basado en su infancia, o una recreación de una de sus exmujeres, pero los había abandonado desde que conoció a Carlos.
-Luego si quieres podemos conectarnos un rato, y ver en mi salón Cinema Paradiso -comentó Carlos mientras disfrutaba del postre que le habían preparado por su cumpleaños.
-Es un buen plan-dijo Antonio-. Veo que estás muy callado respecto a la visita de tu hijo, ¿habéis discutido?
-Sí-confesó Carlos.
- ¿Por qué esta vez? -preguntó Antonio.
-Él piensa que me estoy obsesionando con Infinity, y que debería gastar el dinero en volver a andar y en recuperar la salud. Pero joder mírame, claro que prefiero caminar, pasear y diseñar mi casa, a someterme a unos dolorosos tratamientos sin estar seguro de que algún día estaré recuperado.
- ¿Me lo dices o me lo cuentas? -contestó Antonio señalando su cuerpo.
-Perdona Antonio. Por eso no quería sacar el tema, aún con la edad no he aprendido aún a controlar mi temperamento. Eso solamente lo conseguía mi mujer-dijo Carlos con un suave tono al mencionar a su esposa.
-Carlos, yo nunca he tenido nada a lo que amar, ni a lo que realmente cuidar. Sí, hice mucho dinero, fui amado por muchas mujeres, pero ninguna se quedó para amarme tras el ictus. Puede que esta suerte de residencia en la que hemos convertido el país sea una penitencia por el estado en que el que lo dejamos a los que vinieron después: deuda, estructuras sociales que eran chatarra, nula progresión económica, … He tenido la suerte de conocerte, y no quiero que tu orgullo te haga perder tu mejor legado, que es tu hijo.
-Gracias Antonio. A veces consigues calmarme como lo hacía Margarita-dijo Carlos saboreando los últimos restos de su postre-. Vamos a Infinity, y veamos la película.
Carlos recibió a Antonio en su casa, se pusieron cómodos en el sofá, y disfrutaron la película. Era la película favorita de Carlos, y aunque siempre se emocionaba con la conocida escena final, el momento que se quedaba grabado en su cabeza era en el que Alfredo, despidiéndose de Toto, le dice: “No te dejaré entrar a mi casa, ¿entendido?”.
Una vez acabada la película, Antonio suspiró:
-Me ha parecido una despedida fantástica.
- ¿Despedida? -preguntó Carlos.
-Sí Carlos. Los últimos análisis no han sido buenos, y el daño del ictus está regresando.
- ¿Te estás muriendo?
-Aún no, pero empezaré a encontrarme en una situación realmente lamentable en poco tiempo-contestó Antonio-, El tratamiento para tratar de frenarlo no es caro, pero servirá de poco, y me impedirá volver a utilizar a Infinity.
Antonio se puso de pie y prosiguió:
-Infinity me devolvió mi capacidad de sentirme vivo, mientras me recuperaba en el mundo real para retomar cierto control de mi cuerpo. Me niego a volver a sentirme una mierda atada a una cama. He pedido la eutanasia.
-No me jodas el día de mi cumpleaños-contestó Carlos.
-He querido esperar a verte cumplir los 80 años. Quería de hecho que el último día que me quedaba aquí, fuera con alguien a quién puedo considerar cómo mi familia.
A Carlos se le empezaron a caer las lágrimas.
-Pensaba que tú estabas contento con nuestros encuentros en Infinity -dijo Carlos secándose los ojos.
-Y lo estoy, pero cómo le he comentado antes al doctor, el contraste entre lo que tengo aquí, y lo que espera en la realidad será duro. Me volveré loco. Además, puede que esté haciendo una buena obra.
- ¿A qué te refieres? -preguntó Carlos al que esa última frase no le daba buena espina.
-Tras comentarle al doctor mi situación durante la encuesta de Infinity, me ha hablado sobre el Programa renacimiento: es una iniciativa para donar tus restos y que sirvan para dar a luz a nuevas remesas de Alumbrados. Ya sabes, los nuevos humanos que están creando para ayudar con el problema de natalidad. Ahora parece que se empieza a abrir la mano a utilizar los componente biológicos de personas muertas. Puede que sea lo más cercano a tener un hijo.
-No será tu hijo-contestó Carlos-. Por otro lado, el doctor no me ha hablado de eso.
-Porque tú no te vas a morir. Él debía saber mi situación antes de empezar la reunión.
“Menudo hijo de puta” pensó Carlos imaginando que el doctor había dejado de ver rentable a Antonio.
-Pero eso de la eutanasia, y donar tus restos, ¿estás seguro Antonio? -preguntó Carlos.
-Al menos sentiré que mi vida ha tenido un sentido-dijo Antonio-. Y Carlos, la decisión está tomada. Muchas gracias por la compañía de este último año. Disfruta de tu vida y de tu familia.
Antonio recibió una dosis a la mañana siguiente y se quedó dormido. Dejaron a Carlos despedirse y llorar, hasta que los funcionarios del Ministerio del Renacimiento se llevaron sus restos. Pasó los siguientes días sin apenas conectarse a Infinity, meditando sobre algo que le daba vueltas a la cabeza.
Unas semanas más tarde, Carlos se encontraba jugando con su nieto en el jardín. Pasado un rato, Alberto les avisó de que ya era tarde y debían desconectarse. Antonio había dejado a Carlos todo su dinero restante en herencia, y le había prometido a su hijo que lo utilizaría para mejorar su movilidad, lo cuál había alegrado.
-Tampoco esperes milagros, hijo. Ya sabes que la situación de mis huesos es lamentable-dijo Carlos riéndose-. Con todo, creo que sería más ágil que tú. Siempre fuiste muy torpe.
-Cállate viejo-dijo Alberto dando un abrazo a su padre-. Me alegro de que hayas decidido hacerlo. Intentaré verte más las próximas semanas.
-Muchas gracias, hijo. De verdad que esto me da la vida-dijo Carlos.
-Esteban despídete del abuelo. Esperemos poder volver en Navidad a verte a España-dijo Alberto mientras salía por la puerta.
-Y yo hijo-suspiró Carlos-y yo.
Su hijo y su nieto desaparecieron por la puerta, y Carlos se quedó en el sofá viendo la tele. De repente, llamaron a la puerta. Carlos no esperaba a nadie. Abrió la puerta y uno de los administradores de Infinity le esperaba al otro lado.
-Buenas tardes, su pedido ya está listo.
De repente a Carlos le dio un vuelco en el estómago. Y preguntó:
- ¿El NPC?
-Correcto. Por obligación legal, le tengo que recordar que el NPC está basado en todas las experiencias de la persona que usted deseo recrear. Tendrá su personalidad, y los recuerdos que hayamos podido extraer de los archivos que disponemos. Debo decir, que nuestro algoritmo consigue experiencias muy realistas que a veces confunden a los usuarios. ¿Está de acuerdo con seguir adelante?
-Estoy de acuerdo-contestó Carlos.
-El pago del NPC se llevará a cabo según el método que usted desee.
-Sí-dijo Carlos-. Utilizad los tokens de la wallet de Antonio Garcia, que ahora es de mi posesión.
-De acuerdo. Con esto he terminado. Hasta luego-se despidió el administrador.
En cuánto el administrador se fue, Carlos escuchó unos pasos acercándose. Vio al NPC a pocos metros, y el estómago terminó por darse del todo la vuelta.
-Hola, ¿me echabas de menos? -dijo el NPC.
-Hola…-dijo entrecortado Carlos hasta que pudo terminar- Antonio.
-Espero que me hayan recreado igual de guapo-bromeó Antonio-. Tú sigues igual de mal.
-Desde luego tu pésimo sentido del humor está muy logrado-contestó Carlos.
-Bueno Carlos, ¿puedo pasar?
Un silencio se hizo durante unos breves segundos, hasta que Carlos dijo:
-Puedes entrar en mi casa.
Me encantan tus cuentos. Tienes un gran talento. Abrazo de un atlético
Maravilla!